domingo, 6 de octubre de 2013

Metamorfosis




-¿Qué me ha sucedido?
No soñaba, no. Se había convertido en una enorme y desagradable cucaracha.
Las preguntas se amontonaban en su mente.

-¿Qué voy a hacer?, ¿Dónde estoy?, ¿Cómo voy a ir ahora al trabajo?... Las preguntas no cesaban, así que decidió volver a acostarse.

Pasaron tres horas desde que consiguió dormirse. Tras concienciarse de lo ocurrido, conseguió levantarse de la cama e ir al baño. Estaba mareado y se sentía muy confuso, con ganas de vomitar.

Al mirarse al espejo pensó que, en realidad, no estaba tan mal ser una cucaracha gigante. Seguía siendo él mismo, pero con un aspecto bastante más repulsivo.

Ya no podría continuar con su vida normal pero podría intentar hacer cosas nuevas. Tendría que cambiar su trabajo, su ropa, la forma de alimentarse... Demasiadas cosas.

Llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer en esos momentos era llamar a su hermana Melisa. Cogió el teléfono, pulsó las teclas y sonaron tres largos pitidos hasta que alguien lo descolgó.

-¿Hola, quién es?- Contestó su hermana.

-"Bruoy rhu rmanjo"- Le dijo.

- ¿Perdón, quién es?- Parecía confusa.

Gregorio no contestó, parecía que su voz también había cambiado junto con su aspecto.
Colgó el teléfono. Pensó que tal vez lo que debía hacer era ir directamente a su  casa. Ya sabía que Melisa le tenía pánico a las cucarachas, pero era la persona en quien más confiaba en ese momento, y sabía que lo ayudaría.

La casa de Melisa era pequeña y acogedora. Era una casa antigua, con muchísimas ventanas y lámparas con tantos cristales colgando que parecía que el techo estuviese llorando. Contrastaba con sus actuales muebles de un blanco brillante, que hacían que fuese la casa más moderna de aquel barrio.

Para llegar allí necesitaba tomar el autobús en dirección al centro de la ciudad.  Primero cogió sus llaves, cerró la puerta y salió de su pequeño apartamento de 50 metros cuadrados.

Fue bajando las escaleras hasta la tercera, segunda, primera planta y el bajo.
No encontró a nadie en todo el edificio, ni en la calle. Todo estaba desierto.
-¿Les habrá ocurrido a todos lo mismo que a mí?-  Se preguntó para sus adentros.

Enseguida cayó en la cuenta de que no tenía razón, ese día estaba todo el mundo en la manifestación contra el maltrato animal.

-¡Uffff, menos mal, hoy nadie me hará daño!-Pensó Gregorio.

Confiado cruzó la avenida y se dió de bruces con la manifestación. La gente estaba feliz y animada. Empezaban a darse cuenta de su presencia. Poco a poco, pudo ver como las expresiones de las caras de la gente iban cambiando y cómo se iban acercando hacia él y le  iban rodeando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario